Cuando llegué a la Sierra de Gata, Santibáñez el Alto fue el pueblo que me acogió. Fue mi hogar durante mi primer año aquí, y desde entonces guardo un cariño especial por sus calles, su gente y esa energía única que tiene este lugar. Por eso, cuando surgió la oportunidad de crear un mural en el pueblo, junto a mi compañero Álvaro Redondo, supe que sería algo muy significativo.
Decidimos rendir homenaje a las lavanderas, esas mujeres que, contra el reloj del tiempo, siguen utilizando el lavadero de granito del pueblo, con unas vistas impresionantes a la sierra.
Inspirados por señoras como Nicolasa, Avelina y Angelines “la gallega”, quisimos capturar su dedicación y el vínculo tan profundo que tienen con su entorno. Fue un honor compartir este espacio con ellas, especialmente con Nicolasa, que a sus 80 años seguía lavando la ropa mientras nosotros pintábamos el mural. Me lo guardo como un recuerdo emotivo y único.
El mural está en la fachada que da al pilón del lavadero, un lugar lleno de vida y memoria. Desde un principio quisimos que esta obra fuera un tributo a las lavanderas y a la historia que representan. Es una celebración de esas tradiciones que, aunque sencillas, sostienen la identidad de un pueblo.
Para mí, este proyecto fue más que un trabajo; fue una forma de devolverle a Santibáñez un poco de todo lo que me dio al llegar a la sierra. Ver cómo el mural se ha convertido en un punto de referencia para vecinas y visitantes es un orgullo inmenso, pero sobre todo, es un recordatorio de la importancia de valorar y cuidar nuestras raíces.
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